5 de abril de 2011

Morgue Italiana

Salvo los malos recuerdos, hace mucho que las cosas escapan de mi memoria.
Los archivos se parecen a la morgue. Es el mismo silencio, la misma frialdad, el mismo olor. Es idéntico al sistema de ordenar y guardar cosas en esos cajones pesados que sólo los guardianes de la noche saben abrir. Los encargados de los archivos, como los responsables de la morgue, conocen cuál es la clave, cuál es la filiación y en qué fila descansa el cadaver.



Cada día tengo menos resistencia al después. Mi único deseo es irme lejos o que ellos se vayan. Pero desaparecer al fin y al cabo.

Me he dado cuenta que en un 80% de ellos, ninguna mujer vale la pena como para poner en juego su "amor" frente a su familia o matrimonio, por más que no ame a su esposa.


He tenido amantes y nunca llegue a confundir sentimientos, hasta ahora. Todo llega en la vida. Nunca les discuto, ni los desafío ni me interesa mucho su bienestar , hasta ahora.


Me cuesta recordar los indicios con cada amante pero con él recuerdo "Todo": su mirada desnudandome, sus besos húmedos, su tacto, textura, su bruta suavidad, su inteligencia, su paranoia, todo...
Tampoco guardo constancia de cómo terminaron esos actos, simplemente lo recorro, los disfruto. "Estoy segura que con él no voy a terminar", pase lo que pase. De las demas historias no quedaron rastro alguno, pero con él puedo recuperar con una precisión absoluta cada detalle de lo que ocurrió a partir de aquella noche fría en la boca de lobo. Guardo en detalle hasta lo que no pasamos.


Su imagen delgada, su mirada que transmite desconfianza y a la vez un misterio atrapante, el más atrapante de todos. Un misterio que me atrapa y me aleja de esa soledad que me agobia. Importaba poco en ese momento cuanto iba a durar nuestro compañerismo aventurero. Sólo nosotros sabemos lo que sentimos en ese momento de aislamiento. Nunca tocamos ese tema pero es lo que realmente nos une a parte de la piel que nos puede más que nosotros mismos. Nos dejamos llevar y podia pasar que no nos vieramos más, pero no fue asi, no quiero que sea asi y quiero creer que el tampoco querrá. El olor todavia perdura en mis manos y las imágenes que relampaguean en mi memoria, bastan para recordarme la verdad que me ahoga: ya estoy atrapada y no quiero salir. No hay salida con un cuerpo que se anhela tanto y un corazón duro como un cimiento desafiando derrotarlo, entrar y hacerlo "sentir", "sentir algo".


Mis sentidos están despiertos y hambrientos todavia. Así entró a mi vida, sin piedad, sin tregua. Enterró su sexo en mi cuerpo dejándome un poco de su esencia.
No puedo internarme en la idea de mi propia desaparición con este llanto desesperado y silencioso, con este sudor frio y filoso que se escurre por mi pecho, baja por mi sexo, me atrapa por la nuca y fluye por mis manos.


¿Cuál es el sentido de sostener una mentira de patas cortas? La muerte existe. Si la evitas, te alcanza. Paciencia! Tengo para aprender todavia.


¿Qué más da vivir 40 años o 60 o 10? Todo es ínfimo y miserable, Lo trágico no es la muerte, es la vida. Somos nosotros, que desde que abrimos los ojos empezamos a deteriorarnos, a gastarnos, a envejecer, a marchar  cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo, asi... hasta nuestra desaparición. Nosotros, insectos vulgares destinados a la infelicidad y al olvido, somos puros sedimentos. Somos nada. De la nada venimos y a la nada vamos.
Los papeles desfilan por mi máquina con la misma velocidad con que se vacían las botellas. La botella de tequila está por la mitad. El verde puro ya casi se termina.
Es pasada la medianoche. Sigo esperando, como todas las noches. Hay tiempo de seguir. Voy a exprimirlo hasta el último segundo.


Tengo la suficiente libertad como para no escapar. De qué? Nosé. La libertad me da confianza y como resultado final logra que me abra, hable, tener algo exclusivo aunque en realidad no lo sea. Nos llenamos mutuamente sin ningun título, sin ningun compromiso, sin límites. Asi no sufrimos, nos contenemos y hacemos catarsis con el sexo.


Ahora pienso, si sólo se hubiera tratado de sacarlo de mi mente habría sido más fácil, pero ya lo tengo impregnado en la piel, en mi sexo, en mi corazón, en los sentidos y lo extraño.








Mi naturaleza me demuestra que soy un animal alerta. Oteo movimientos, clasifico sonidos, olores, gestos. Cuando estoy segura de que nada se mueve y de que nadie me ve, me deslizo en dos o tres zancadas.


Los metros aquí son infinitos y el tiempo eterno. La playa parecía lavada por una lluvia refrescante al final de una noche bochornosa. El mar recuperaba su intimidad.






Todo esto me llevo a recordar muchas noches contigo, pero una en particular no me la voy a olvidar nunca:


Él estaba detrás de mí, sostenía mis caderas. Mis nalgas estaban juntas, su sexo se había enterrado hasta la raíz. Iba y venía como un pistón, con un ritmo constante, imparable y en cada golpe la carne se estremecía. El mismo movimiento iba provocando mayor lubricación aunque mi estrechez, se sentía igual, algo que él adoraba. Cada vez entraba con mayor facilidad, cada vez llegaba más profundo. Gemía. Imploraba, me contagiaba de él, me llegaba hasta los dientes. Nos golpeábamos con nuestros cuerpos. Quería perforarme, incinerar en mí y yo en él todo el odio que habíamos juntado en la vida.


Lloraba aunque no lo notara. Retrocedí unos años atrás, algo que a él lo súper excitó. Parecíamos poseídos. Acababa como si al hacerlo encontrara la puerta de escape. Procuró, mantenerse firme, empalándome, mientras los orgasmos se encadenaban. Se agitó, se estremeció y continuó vibrando hasta que el temporal amainó y las fuerzas comenzaron a abandonarnos. Entonces llegó su momento. Estaba frío, lúcido y concentrado como un matador que cumplía con su faena. Su sexo se tensó hasta que no dio más, fue entonces cuando disparó. Entró directo como la espada en la cruz del toro. Directa, limpia, letal.


Luego sentí su piel suave, ese beso fue como un bálsamo sobre mi corazón. Por mí, fuera de aquella habitación el mundo podía hundirse debajo de una avalancha.






Volviendo a la realidad. El brindis se terminó, el año ya comenzó. La noche anterior quedó en la historia.


Estaba en la cama del Hotel, desnuda. No supe qué hora era en ese momento indefinible, cuando la noche pasada muere, pero la mañana próxima se encuentra lejos y el reencuentro más lejos todavía.


A esa hora nada existe de verdad, salvo los pensamientos, los presagios y los miedos. Las 3, las 4, las cinco de la mañana y seguía sin poder dormir.


Nunca fui de dar explicaciones. Esa tarde las di y fue en vano. Allí caí en la cuenta que es en vano dar explicaciones por más que sea pareja o no. Igual, no tiene sentido si no hay un mínimo de confianza. Ahora y aquí me doy cuenta que ya no creo en nada.Ya no tengo salvación. Un dolor sordo me atraviesa. Muerdo mis labios y me ahogo en un grito.


Siento que estamos jugando al gato y al ratón. Sospecho que el ratón está atrapado y prolongo el instante del zarpazo final. Pude oír el silencio como un susurro suave y profundo. El ruido del mar, que entraba por la ventana, creció y se convirtió en una sinfonía rica, que nacía de los instrumentos más complejos y variados. Me vaciaba cuando se alejaba y me cubría cuando regresaba.


Necesitaba el contacto con él. Quería salir de mis límites, expandirme, crecer, ocuparlo. Recordaba como sus brazos me envolvían como tentáculos, llegaban a todos mis extremos. Me enlazaba también sus piernas. Sentía que podía quedarme así toda la eternidad.


Me veo, miro mi cuerpo lleno de moretones. Los moretones no se ven porque están todos en el alma.






No puedo dejar de escribir. Se ha instalado en mi mente la imagen de alguien que lee. Todo el tiempo lo tengo delante de mí. Es alguien sin rostro, sin sexo, sin edad. Alguien que lee. Y que alienta esta necesidad de escribir.


Nunca conoceré el rostro de quién lo lee, pero él o ella sabrá que existí…



Autora: Romina Munafó